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per amore del mondo Numero 15 - 2017/2018

Su femminismo fuori sesto

¿Tiempo de feminismo? Notas a partir del libro de Diotima, Femminismo fuori sesto. Un movimiento che non può fermarsi

Hace ya algunas décadas, dos filósofas protagonistas de la revolución feminista de los años 70 —Luisa Muraro y Françoise Collin—[1]  se referían a este movimiento insurreccional señalando que cabía situar su procedencia en un «interior mudo y acallado»  del paradigma moderno y vinculándolo a un «actuar obstinado […] sin el cual no puede sino acontecer lo peor».

 

Efectivamente el feminismo del siglo XX es en buena medida fruto de una generación, que por así decirlo, descubrió la experiencia de la política, que conoció el poder y el entusiasmo que nace de tomar de modo concertado la iniciativa en la vida pública. Se trató de una generación con una gran voluntad de acción y una remarcable confianza en la posibilidad de rediseñar el espacio común. De hecho, fue una revuelta creativa que aspiró a  responder a los acontecimientos y a dar lugar a nuevas formas de relación y de discurso sin recurrir a texto  sagrado alguno, de forma que se manifestó como una práctica, como un actuar sin modelo. Como escribía la misma Collin «con una dimensión esencialmente crítica, el movimiento feminista es el único movimiento revolucionario que no apoya su reivindicación sobre un modelo previo y que no se pude pensar en términos de reapropiación o de retorno». Efectivamente, más que una representación de un modelo de sociedad futura, había una voluntad continuada de ponerse en juego y de correr el riesgo de la acción, de manera que no fue fácilmente reductible a fórmula o a bandera.[2] Esta característica, extraña a los movimientos revolucionarios modernos, se ha traducido en numerosas líneas de acción, en muchos feminismos o tendencias.  Más que un movimiento reivindicativo, el feminismo de la segunda ola fue una explosión de libertad

 

No resulta extraño que se hable de las diversas «olas» del movimiento feminista, de hecho y como observa Chiara Zamboni, el feminismo ha tenido diversos inicios y sitúa el primero de ellos el siglo XIX.[3] En las olas cada retroceso del agua desde la costa hacia el mar se corresponde con un cierto repliegue y con la llegada de un nuevo impulso, de una re-aparición. «El feminismo […] va y viene, se revela y desaparece, no nos dice qué quiere, jamás escribe una tabla programática, no está nunca donde esperarías encontrarlo…», podemos leer en este libro.[4]

 

Cabe decir que el feminismo no se ha dejado medir con la temporalidad moderna, dado que en sus sucesivas «olas» tiene y ha tenido algo de inactual, algo que excede («un di più»). En esta línea, Ida Dominijanni en su «Spettri del femminismo» se hace eco de Jacques Derrida y habla de una cierta espectralidad y de una gemela temporalidad del acontecimiento revolucionario, «out of joint», desencajada, inarmónica, no progresiva, persistentemente incumplida y que siempre re-aparece: adviene donde no está prevista. El espectro es la frecuencia de cierta visibilidad, pero se trata de la visibilidad que sólo deja entrever lo invisible.[5]

 

Quizás en este punto para dar cuenta del feminismo como movimiento político de libertad femenina lo primordial sería atender a todo lo que desborda el tiempo de la narración ordenada y cuestionar el tiempo como mera sucesión de acontecimientos; habría que fijarse en las fibras de tiempos entremezclados, en un ensamblaje de anacronismos sutiles. Sabemos que los propios hechos históricos están tejidos de una sustancia temporal heterogénea y que, por consiguiente, el acercamiento anacrónico sería el modo de expresar la complejidad, la presencia de tiempos heterogéneos en un mismo momento cronológico. El punto de vista anacrónico no supone un rechazo de la historia, sino todo lo contrario, se impone cuando falta la historia. Acaso ante la pregunta acerca del lugar del feminismo en nuestra actual situación sería importante recordar, como se hace en Femminismo fouri sesto, que el feminismo no es un nombre propio, sino un nombre común, no apropiable, siempre abierto a la resignificación y siempre sujeto a la propia contestación interna.

 

Ciertamente el marco en el que habitamos ha cambiado. Vivimos en tiempos dominados por lo que se ha llamado neoliberalismo, en que «la libertad es reducida al lenguaje económico del mercado y al jurídico de los derechos, y ambos hacen de las mujeres, y del feminismo, un target privilegiado. [6] Muestra de ello es, por ejemplo, el análisis que Joan W. Scott desarrolla en su último libro Sex and Secularism acerca de cómo en los últimos años, a medida que la expresión «choque de civilizaciones» ganó prominencia, especialmente después del 11 de septiembre, se ha ido asociando la secularización  a una garantía de la emancipación sexual de las mujeres, como base de la superioridad occidental frente a todo el islam. Y recuerda que la igualdad de género, invocada hoy como un principio fundamental y duradero, no se asoció originalmente con el término «secularización»; de hecho, la desigualdad de los sexos fue fundamental para la articulación de la separación de la iglesia y el Estado que inauguró la modernidad occidental. Incluso hoy resulta difícil de caracterizar lo que cuenta como esa igualdad porque su significado está asegurado en gran medida por un contraste negativo con el islam.[7]

 

Ciertamente, hoy la libertad política de las mujeres no puede plantearse en los mismos términos que manejó el feminismo insurreccional de la segunda ola, no todo lo que se necesita ha sido ya pensado, pero las jóvenes que han crecido y desarrollado en las últimas décadas consideran -con frecuencia sin ser conscientes de ello- como propia la herencia de aquella experiencia insurreccional. En la reciente y multitudinaria manifestación del 8 de marzo de 2018 en Barcelona, las numerosísimas jóvenes que participaron llevaban escritos en sus pancartas y camisetas consignas y eslóganes que pertenecían a las movilizaciones de la generación de 1970, como si el legado de la segunda ola se entretejiera con nuevas propuestas y aspiraciones

 

En cualquier caso no hay que olvidar que la herencia nunca está del todo presente, nunca es una cosa meramente dada, sino que siempre es una tarea. Dicho en otros términos y de nuevo con Derrida, una herencia siempre es radicalmente heterogénea con respecto al presente. Su supuesta unidad, si existe, sólo puede consistir en nuestra elección de sus hilos unificadores de sentido. Si la legibilidad de un legado fuese transparente no estaríamos hablando propiamente de un legado, sino que éste nos condicionaría como una causa; siempre heredamos un secreto, en la herencia siempre hay algo de irreductible.  Hay una manera anacrónica de abordar la actualidad que no deja escapar necesariamente lo que hay hoy de más presente

 

 

[1]
[1] MURARO, Luisa, «Oltre l’uguaglianza. Identità umana e differenza sessuale» en DIOTIMA, Oltre l’ugluaglianza. Le radici femminili dell’autorità, Liguori, Nápoli, 1995; COLLIN, Françoise & KAUFER, Irène, Parcours féministe, Editions Labor, Bruselas, 2005, p. 120. Ambas citas aparecen en las diversas contribuciones del libro DIOTIMA, Femminismo fuori sesto. Un movimiento che non può fermarse, Liguori, Napoles, 2017.

[2]
[2] COLLIN, Françoise, «penser/agir, la différence des sexes. entre insurrection et institution avec et autour de Françoise Collin», a Transmissio(s) feministe(s), núm. 1, 2010-2011, pàg. 9;  «Le féminisme et la crise du moderne», a LAMOUREUX, Diane, Fragments et collages, Remue-ménage, Montréal, 1986, pàg. 10.

[3]
[3] DIOTIMA, Femminismo fuori sesto. op.cit., p. 7.

[4]
[4] Ibid, p. 28

[5]
[5] DERRIDA, Jacques, Espectros de Marx, Trotta, Madrid, 1995.

[6]
[6] Ibid. p. 29.

[7]
[7] SCOTT, Joan W. Sex and Secularism, Princeton University Press, Princeton, NJ, 2017. Véase también:  ASAD, Talal, BROWN, Wendy et alt., Is Critique Secular?: Blasphemy, Injury, and Free Speech The Townsend Center for the Humanities, University of California,  Berkeley, 2009