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per amore del mondo Numero 9 - 2010

Pensare in presenza

Lo vital de pensar en presencia

*   Una versión anterior de este texto será publicado en el número 39 de la revista “Duoda. Estudios de la diferencia sexual”, año 2010.

 

En el libro Pensare in presenza, Chiara Zamboni muestra que pensar junto a otras u otros no es solo intercambiar palabras, o escuchar voces distintas a la propia, es mucho más que eso, es una creación que va haciéndose y modelándose con lo que va pasando, y con la presencia de quienes están ahí, incluso aunque no intervengan. Así, el resultado de un encuentro no depende tanto del tema o de las personas o del lugar, al menos no únicamente, dado que “el todo nunca es la suma de sus partes, porque cualquier parte, en realidad, es a su vez una relación, con el mismo valor que la relación que expresa el todo” (p. 142). Es decir, lo que sucede en un encuentro es mucho más que la suma de lo que cada cual aporta en él, porque la parte inconsciente del cuerpo, que dialoga con lo que ocurre y con los otros cuerpos, también forma parte del encuentro.

Surge, pues, una trama tejida por los hilos invisibles originados en la parte inconsciente de los cuerpos, una red que atravesará las fronteras lábiles de las sombras para hacerse perceptible a través de sensaciones, intuiciones o impresiones profundas. Todo un lenguaje que afecta a nuestra voz y a nuestra presencia, y también al sentido que damos a lo que va ocurriendo, a lo que sentimos y pensamos. Y esto será determinante en el encuentro o seminario, y después en el recuerdo que tengamos del mismo, que permanecerá en nuestra memoria.

Hilos que pueden provocar desde una fuerte atracción a un irritado rechazo, o bien una orgullosa indiferencia, pero hilos que se entrelazan y forman una trama sobre la que descansa gran parte del desarrollo del pensamiento. Hilos que tejen la atmósfera captada: belleza, apertura, frialdad, indiferencia, academicismo, pasión, complicidad…

En relación a esto, la autora relata una experiencia que tuvo cuando asistía a unos cursos de formación política. Tras haber escuchado durante un tiempo algunas ponencias, salió un rato para dar un paseo por las inmediaciones. Al llegar a una plaza percibió con gran intensidad la belleza de la luz del sol que caía en diagonal y de unos gatos que allí dormitaban, sintió gran placer mientras contemplaba aquella escena, y en ese momento se dio cuenta de lo mucho que contrastaba esta belleza con la pesadez de la atmósfera que acababa de dejar, y comprendió su malestar: esos cursos tenían una enorme carencia, les faltaba el placer, y la belleza tampoco estaba. Exceso del voluntarismo y de la obligación. De este modo se dio cuenta de que los encuentros en los que no hay ningún atisbo de belleza o de placer, que dejan fuera estos aspectos tan vitales de la realidad, no merecen la pena. No para ella.

La belleza, el placer, son esenciales a la vida ¿por qué ese afán de dejarlos en el umbral del pensamiento, a las puertas, como si no formara parte de él? ¿Por qué dejar fuera el corazón, cuando precisamente es el corazón lo que nos impulsa a seguir? ¿De dónde viene la idea de que la belleza difumina, de una forma u otra, el rigor y la seriedad? La preferencia por una verdad desnuda, sin ornato de ninguna clase, quizá es algo característico de gran parte de la ciencia y del pensamiento moderno, pero se trata de una realidad forzada, casi imposible, ¿cómo ocultar la espiritualidad del anhelo, el temblor ante el hallazgo, la belleza de los saberes, el placer de la búsqueda? El corazón, sospechoso de graves desmanes, de errores importantes, es sin embargo el mayor de los acicates. Con cada latido, la esperanza y el sueño del descubrimiento o, al menos, de poder continuar la búsqueda. Aunque, a veces, agotado, el corazón deje de soñar.

Así, el conocimiento se muestra como el resultado de un camino abrupto y rudo, solitario y esquivo, pero rara vez es así, ya que suele ser imprescindible el apoyo y la relación, pues la búsqueda está entretejida con la vida, y la vida con el placer. De modo que el conocimiento, aun ataviado de forma artificial con la desnudez, la pureza y la imparcialidad, en realidad es fruto de infinitos vínculos y lugares significativos, de experiencias cotidianas y de emociones intensas, lo cual, por supuesto, no entra en contradicción ni con el ineludible vacío ni con el silencio. Es decir, pese a que hay un trabajo personal evidente, no hay que perder de vista que los momentos de comunicación e intercambio son fundamentales.

Y precisamente en estos momentos de intercambio se hace evidente, de un modo muy especial, la presencia del corazón en el conocimiento, en nuestra vida, en la mayor parte de las cosas que hacemos. Aunque también hay que aceptar que tal vez el pensamiento no es un lugar que acoja la belleza en su plenitud, el espacio privilegiado en el que sentir la electricidad del escalofrío recorriendo el cuerpo y llegando hasta la piel, pero no por eso deja de ser un lugar vivo en donde la emoción y la atracción tienen un papel muy significativo.

Chiara Zamboni, en mi opinión, ha tenido muy en cuenta la presencia del corazón, el goce y la sensualidad en los encuentros, una presencia delicada y cercana, y no solo porque la imagen de pensar en presencia presuponga varios cuerpos más o menos próximos, ni porque haya una belleza en la pasión por saber, en la intensidad del esfuerzo por entender lo visible y lo invisible que nos une y nos separa, sino porque también reconoce la importancia de la atención hacia los espacios y su cuidado, pues estos también forman parte de lo que lo que va ocurriendo cuando pensamos en presencia. Los espacios, señala Chiara Zamboni, juegan un papel importante en el modo en que discurre el pensamiento. Así, la belleza da alas a la imaginación y aviva la fertilidad, la sensualidad y la espiritualidad.

La espiritualidad, el placer y la belleza están en gran parte de las cosas que hacemos, son una búsqueda constante en nuestra vida. Su ausencia en realidad es una traición, su presencia, reconfortante; y la manifestación del logos del Manzanares, tan querido para María Zambrano.