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per amore del mondo Numero 3 - 2004

Tesi di Laurea

Lo divino en el lenguaje

* Tesis doctoral. Dirigida por María-Milagros Rivera Garretas y Javier Sádaba Garay Presentada el viernes 2 de julio de 2004  en la Facultad de Filosofía y Letras, Departamento de Filosofía, de la Universidad Autónoma de Madrid.

 

Uno de los aspectos que más me llamó la atención del pensamiento de la comunidad Diótima y que, posiblemente, hizo que me acercara a sus ideas y reflexiones, es su interés por los deseos y la realidad cotidiana de los seres humanos, o de otra manera, la presencia esencial que en su discurso filosófico tienen los sentimientos, experiencias, prácticas, ideas y circunstancias que nos suelen acompañar en nuestra vida.

Es algo que me impresionó porque contrastaba con el alto grado de especulación y alejamiento de lo cotidiano que, en general, encontramos en la filosofía. Fue una grata sorpresa para mí observar el modo en que analizaban y se preocupaban por los hechos sociales e históricos —tanto actuales como del pasado— descubriendo en ellos la clave política que desvelaba una interpretación de la realidad que yo sentía muy cercana a la verdad.

Sin duda, es algo que llama la atención con respecto a lo que es el discurrir filosófico más frecuente, donde solemos encontrar desinterés en lo que se refiere a reflejar o analizar qué significan o qué representan lo que ha sido llamado “las prácticas de creación y recreación de la vida y la convivencia humana”[1]. Quizá, como indica Jakobson[2], esto se debe a que se trata de una disciplina crítica basada en la investigación y, por ello, hay una mayor utilización de los recursos metafóricos en detrimento de los metonímicos. De modo que si la tesis de Jakobson es correcta, se puede afirmar que el abuso de la metáfora es una característica de la mayor parte de nuestro conocimiento.

El lenguaje especializado, entonces, suele dar origen a un saber que valora la teoría más que la práctica, y ese esquema, además, va siendo adquirido por las personas a medida que estas van creciendo porque posee mayor prestigio social. Es decir, la lengua materna, la que es enseñada por la madre, o por quien esté en su lugar, y que aprendemos en nuestros primeros años de vida, guarda un equilibrio entre los recursos metafóricos y metonímicos —ya que mantiene un contacto permanente con lo real—, pero es abandonada progresivamente según llegamos a la etapa de madurez, en beneficio de un lenguaje más especulativo.

Un aspecto nada banal si tenemos en cuenta que el lenguaje que utilizamos influye de forma determinante en la interpretación que hacemos de las cosas, pues la relación que mantenemos con lo que nos rodea está mediada por un orden simbólico y por la lengua que lo encarna. Esta mediación ya existía antes de nuestro nacimiento y continuará —con variaciones— después de nuestra muerte, es decir, crecemos y nos desarrollamos inmersas e inmersos en un orden simbólico definido por los principios que ese sistema considera adecuados.

En nuestra cultura occidental, señala Lacan, el orden simbólico dominante es el del padre, que está basado en la primacía del falo[3] y en relaciones de poder y dominio, es decir, el poder es el principio ordenador de la realidad y de las relaciones humanas.

Una muestra clara de este orden, apunta también Lacan, la podemos encontrar en las leyes[4]. Los distintos sistemas legislativos —escritos o no— que regulan las relaciones entre los seres humanos han sido elaborados salvaguardando la idea de que las relaciones de poder y de dominio son las que más se dan entre los seres humanos. Una concepción que, al ser apoyada de forma normativa, ejerce una fuerte presión en beneficio de la reproducción y conservación de la estructura lógica de la cual depende.

Es una posición que efectivamente se ha erigido por encima de las demás, pero, en mi opinión, no lo ha hecho, es necesario aclarar, porque fuera una posición más correcta o mejor, sino porque era la que daba sentido y justificaba una estructura histórica de dominación, de hegemonía de unas personas sobre otras. Es, en resumidas cuentas, el sistema de significado que da cobijo a esta manera de ver el mundo que, siguiendo sus propios principios, se erige a sí misma como la mejor y única posible.

No obstante, a pesar de ello, ha habido mujeres y hombres que, sustrayéndose a ese orden, se han alejado del poder y del dominio, esto es, no han dado crédito a un estado de cosas con el que no estaban de acuerdo, lo que ha posibilitado conservar la pervivencia de otro orden, el de la madre.

El orden simbólico de la madre, a disposición de mujeres y de hombres, apuesta por otro principio ordenador: la relación de intercambio con lo otro. Dentro de este orden, que confiere distinto sentido a lo que nos rodea y en el que se ha desarrollado el pensamiento de muchas autoras, no se valoran los aspectos vinculados con el poder, sino la felicidad de cada persona. Pero hay que destacar que para alcanzar la tan ansiada felicidad es necesario reconocer la importancia de las condiciones previas, de los aspectos que posibilitan el llegar a ella. Me refiero, en especial, a muchas de las prácticas cotidianas —realizadas a lo largo de la historia por mujeres— sin las cuales no sería viable la civilización. Sin haber aprendido a hablar, crecido, recibido cuidados, educación, etc. es muy difícil tener un desarrollo sano de la personalidad. Lo concreto, los detalles y la vida cotidiana, que no han sido muy valorados por las sociedades en las que vivimos, se muestran cruciales para el ser humano.

Un número elevado de autoras, y también algún autor, se ha dado cuenta de la relevancia de las prácticas cotidianas llamadas de “creación y recreación de la vida”[5] y de que sin ellas sería muy difícil no ya ser felices o libres, sino sencillamente ser. Todo ello forma parte esencial de nuestro crecimiento como personas, obviarlo es obviar una parte importante de lo que somos.

Las integrantes de la Librería de Mujeres de Milán y las filósofas de la comunidad Diótima, en sus investigaciones, han encontrado que en efecto hay muchas autoras que reflejan en sus obras la relevancia de las prácticas que consiguen hacer viable el mundo a pesar del poco reconocimiento que esto tiene dentro del orden simbólico del padre. Es más, han descubierto la altísima calidad de alguna de estas obras, por lo que no les ha sido muy difícil huir del victimismo en el que a veces se cae a la hora de estudiar la producción intelectual o artística de las mujeres. Quizá sea ese el motivo por el cual no se centran en lo que estas  deberían haber hecho”, no profundizan hasta el agotamiento en sus carencias, sino que estudian lo que han hecho, su producción, tan sencillo como eso.

Así, han examinado los escritos y la vida de numerosas místicas, y han visto que son un ejemplo excelente de un pensar que no se regula a través del poder, ya que el amor y la relación con lo divino son los ejes centrales del pensamiento de estas mujeres que muestran la existencia de comportamientos, ideas, sentimientos… que no se dejan reducir a la lógica del dominio. Surge, de este modo, otra manera de ver el mundo que, sin pretenderlo, cuestiona el orden imperante. Es, precisamente, lo que ocurrió con las místicas beguinas medievales.

Las místicas beguinas, a diferencia de la Iglesia católica oficial, no utilizaron el latín para divulgar lo que sentían y pensaban sobre Dios, sino que se expresaban a través de la lengua de uso habitual, su lengua materna, porque querían hacerse entender, porque no querían separar a Dios de su cotidianeidad, de su realidad. Con ese gesto, que no pretendía más que dar a conocer su concepción de Dios —o lo que Dios les había dicho que revelaran— transformaron la relación que había entre lo humano y lo divino.

Utilizaron la lengua materna porque no deseaban hacer de la religión algo oculto y exclusivo, antes bien, querían compartir sus sentimientos con quienes quisieran escucharlas. Hablaban de su relación con Dios sin pretender nada más que exponer lo que sentían, pero lo cierto es que con ello, por un lado, pusieron en evidencia la existencia de palabras vacías (que no eran reflejo de sentimientos píos) defendidas por la teología de la iglesia oficial y, por otro, crearon lo que Luisa Muraro ha llamado “teología en lengua materna”. Esta teología acoge un Dios-Amor sentido y vivido que vuelve, quizá, a los orígenes de la religión: los sentimientos de transcendencia. Es más, gracias a su convencimiento de que tenían algo que decir —o de que Él tenía algo que decir a través de ellas— se atrevieron a tomarse la libertad de hablar. No esperaron a tener “permiso” para ser libres, lo fueron.

Su relación con lo divino permitió que pudieran rebasar los límites de las normas sociales y legislativas, de las convenciones y los prejuicios, y fueron conscientes de que ya no necesitaban la mediación de la Iglesia para hablar con Dios, ni su consentimiento para hablar de Él con las demás personas. Convirtieron en pensamiento lo que en aquel momento no podía ser pensado y se atrevieron a ser.

He de reconocer que esta es una de las aportaciones de Luisa Muraro de la que más he aprendido, sobre todo porque no me resultó fácil admitir que lo divino consigue que miremos más allá de lo que hay, de nuestros límites (impuestos o propios), para ver que es posible ordenar de otro modo las cosas, de una manera más consecuente con lo que pensamos y somos. Esto ha ocurrido con las místicas que tuvieron otra manera de estar en el mundo, que no dieron crédito al poder y la fuerza como forma adecuada de ordenación; tenían otro orden, el de la madre.

Con esta apuesta, que se puede encontrar desarrollada en el libro más reciente de Luisa Muraro, El Dios de las mujeres[6], establecieron una teología más humana y comprensiva, en la que prima la relación amorosa con lo otro, lo otro que puede ser Dios, las y los demás, el mundo o yo. Una concepción ofrecida a quienes quisieran escucharlas, sin excluir a nadie. Por ello, utilizaron su lengua materna para expresarse, una lengua de relación, viva y cotidiana que, claro está, influye en el pensamiento que se expone.

La lengua corriente, ya lo dije antes pero lo repito por la importancia que tiene para la tesis que pretendo exponer, no es tan especulativa como los lenguajes especializados porque, influida por la lengua primera, la lengua corriente mantiene cierto equilibrio entre los recursos metonímicos y los metafóricos, esto es, establece vínculos entre lo concreto y lo abstracto, entre la realidad y el pensamiento. Lo cual, a su vez, al incluir lo real y lo cambiante, provoca una apertura a lo otro, al reconocimiento de la riqueza que se halla en la diversidad del mundo y en la diferencia.

 

No es casual, insisto también en esto, que las místicas no utilizaran el latín, y tampoco lo es que la comunidad Diótima acoja la lengua corriente como lugar en el que desarrollar, en lo posible, su pensamiento. Porque la lengua elegida para explicar y desarrollar las ideas forma parte del propio discurso, influye en él, consciente o inconscientemente. De modo que, al igual que las místicas contemplan la centralidad de lo concreto y de lo cotidiano en nuestra vida, no se acomodan a un sistema de ideas ya construido y recogen las preocupaciones que inquietan a los seres humanos, las filósofas de la comunidad Diótima han hecho el esfuerzo de construir desde sí, sin la seguridad de un pensamiento ya dado, un universo de sentido. Y lo han conseguido en gran parte, creo yo, gracias a la utilización de la lengua corriente como vehículo del pensamiento, como lugar al que acudir a la hora de “escuchar” el sentido de las palabras y de las cosas.

Se han arriesgado a decir, desde sí, porque son conscientes de que la realidad no se da de forma absoluta fuera de las personas, antes bien, la realidad es lo que cada cual piensa de ella, es la interpretación que de ella hacemos. Pero esta interpretación se va modificando, tal y como también va cambiando lo que nos encontramos a nuestro alrededor. Así pues, somos nosotras y nosotros quienes mantenemos o no, ya sea voluntaria o involuntariamente, la estructura de pensamiento en la que vivimos.

En consecuencia, se puede sostener que un orden simbólico existe siempre y cuando se le dé crédito y, como corolario, deja de hacerlo en el momento en que no se confía en él. Esto ocurre con la comunidad Diótima, que no sostiene al orden simbólico del padre porque su filosofía tiene sentido dentro de otro orden, el de la madre, que además, como ya he dicho, es expresada, en lo posible, a través de la lengua corriente, pues, a pesar de lo afirmado desde posiciones positivistas, sí tiene los recursos necesarios para expresar un pensamiento abstracto. Es lo que me he atrevido a llamar “filosofía en lengua materna”.

En mi opinión, su pensamiento se desenvuelve dentro de este espacio común, un espacio de sentido enorme, infinito, desde el que decir y decirse. Una posición ante el mundo para la que es necesaria una apuesta radical en su relación con el saber: cada una de ellas deberá interpretar lo real poniéndose en juego en primera persona, esto es, partiendo de sí, sin dar nada por cierto. Porque si lo que quieren es tener un conocimiento de la realidad basado en la sinceridad de sus reflexiones, tendrán que “partir de sí” para pensar y romper con los límites impuestos y con los estereotipos que indican el modo de razonar o comportarse. Es el camino para alcanzar un pensamiento propio, sin un lugar preestablecido al que llegar, es “pensar en grande”, hacia un horizonte infinito lleno de revelaciones y de relaciones.

No es un camino fácil. Ponerse en juego no sólo es arriesgarse a decir en primera persona, sino que también supone conocerse y saber cuáles son los deseos y las fuerzas que nos hacen ir hacia un lugar o hacia otro, porque esto forma parte, se quiera o no, del conocimiento.

Desde ahí, y teniendo todo esto en cuenta, cada una de las integrantes de Diótima hace aportaciones distintas y prioriza en sus análisis unos aspectos sobre otros, obteniendo como resultado un interesante elenco de propuestas y matices diversos en sus obras. Sin embargo, para no hacer un trabajo demasiado extenso, me he visto obligada a seleccionar dos autoras principales, Luisa Muraro y Chiara Zamboni. Ambas son, en la actualidad, las que llevan más tiempo en esta comunidad filosófica, aunque la razón por la que me he centrado en ellas es que son las que más se han dedicado al análisis del lenguaje, en especial Luisa Muraro.

Luisa Muraro es la pensadora central de esta comunidad porque todas sus integrantes le reconocen autoridad. Ella es, asimismo, autora de una de las obras fundamentales para este trabajo, El orden simbólico de la madre[7], donde subraya que la lengua materna es la principal representación de este orden porque en ella está la garantía del vínculo entre el signo y su significado. Hay un contrato, señala esta autora, entre la madre y su criatura que de alguna manera garantiza la conexión de una palabra con su referente.

El lenguaje también ocupa una parte importante de las investigaciones de la otra autora en la que me he centrado, Chiara Zamboni. Para ella, el pensar contiene, al mismo tiempo, una participación y un juego: la participación de las cosas y de las ideas que conviven y establecen lazos entre sí, y el juego de arriesgar el vacío para mostrar el vínculo real, evitando posturas acomodaticias. Los dos, tanto la participación como el juego, tienen lugar en el lenguaje. Un lenguaje que, con diversa opinión que Luisa Muraro, pero sin entrar en contradicción con ella, es más una relación de confianza que un contrato. La niña o el niño, señala Chiara Zamboni, tienen confianza absoluta en su madre, o en quien esté en su lugar, y no dudan de que las palabras que han aprendido tienen un referente concreto. De esa confianza, que surge del cuidado, nace la seguridad de la existencia, podríamos llamar natural, de una correspondencia entre las palabras y las cosas, es decir, la seguridad que nos suele transmitir nuestra madre, o la persona que esté en su lugar, se traslada al lenguaje y a la realidad.

Esto es sólo una muestra de la diversidad en el pensamiento de las integrantes de Diótima, algo que, por otra parte, constituye una riqueza y como tal la admiten. Por este motivo, se declaran una comunidad plural que acoge la disparidad porque asumen que son mujeres con personalidades y criterios distintos, lo cual no quiere decir que valga todo. No se trata de dar por buena cualquier postura crítica con el estado de cosas, sino que aceptan la diversidad dentro de un orden de sentido, esto es, teniendo en cuenta que es necesaria la parcialidad en su pensamiento como parte de su apuesta.

Esta apuesta, hay que apuntar, está dirigida a conseguir la libertad y la felicidad de los seres humanos, el desarrollo del propio ser. Una libertad que, según dicen ellas mismas[8], en realidad debería llamarse libertad-transcendencia ya que es preciso conocer los propios deseos e intentar llevarlos a cabo, conciliando todo ello con la convivencia y la libertad de las y los demás. No es, por tanto, una libertad individual, sino en relación, basada, subrayan, en la convivencia, en crear y fomentar los espacios de relación y discusión, y precisamente por eso es política.

El ser humano individual, sin relación con las y los demás, es un ideal que nunca ha existido porque crecemos en las relaciones. Nuestro ser, y por ello nuestra libertad también, se forma en el intercambio con lo otro, entendiendo “lo otro” como los demás seres humanos, aunque también el mundo que nos rodea. Y el lenguaje es el medio que hace posible esta libertad relacional. En el lenguaje somos y nos desarrollamos, en él está la libertad y la felicidad. O de otra manera, en la convivencia, en la relación, en la comunicación con lo otro… se produce el despliegue del propio ser.

Así, reconociendo que el núcleo de todo vínculo significativo es la relación, ellas mismas señalan que la comunidad Diótima es, sobre todo, en las relaciones que establecen sus integrantes entre sí y con otras u otros. Es decir, lo que mantiene la vitalidad y el compromiso constante de Diótima son sus relaciones, también presentes fuera de Italia.

En el caso de España, María-Milagros Rivera Garretas y el Centro de Investigación Duoda de la Universidad de Barcelona, que ella ha dirigido durante 10 años, se han convertido en puntos referencia a la hora de investigar sobre la práctica y el pensamiento de la diferencia sexual.

Por este motivo, me pareció pertinente mostrar algunos espacios y líneas de investigación que se han abierto en nuestro país, ya que ha pasado bastante tiempo desde los primeros contactos con el pensamiento italiano, el suficiente como para encontrar notables contribuciones hechas por mujeres españolas.

En definitiva, en este trabajo de investigación he intentado exponer qué es el orden simbólico de la madre para, desde él, desarrollar el discurso de la comunidad Diótima sobre el lenguaje. Y así, al analizar con detenimiento el estudio de Luisa Muraro sobre Margarita Porete y otras místicas beguinas que han dado origen a la “teología en lengua materna”, descubro lo que será mi tesis aquí defendida: destacar que la filosofía de la comunidad Diótima es una “filosofía en lengua materna” porque parte del orden simbólico de la madre, contempla lo otro como una riqueza, reconoce la importancia de las prácticas de creación y recreación de la vida humana, no se ordena a través del poder sino de la autoridad y percibe el carácter relacional de la felicidad y de la libertad, esto es, percibe que la felicidad y la libertad son, en realidad, políticas, e incluso, en ocasiones, revolucionarias.

Por otra parte, en lo que respecta a la estructura de la tesis, para escribirla he seguido algunos pasos que quizá sea interesante apuntar. En primer lugar he intentado mostrado qué es la comunidad Diótima, cuándo se fundó y por qué, así como lo que sus propias integrantes afirman al respecto. Para hacerlo tomé en consideración especialmente lo que sus protagonistas decían en las obras firmadas con el nombre de Diótima, en entrevistas publicadas y en la página web que tiene esta comunidad. Después, me pareció necesario explicar algunas de las figuras más importantes de la práctica y el pensamiento de la diferencia sexual, sin las cuales no se hubieran entendido bien las ideas presentadas en este trabajo.

Una vez hecho esto, me detuve en el pensamiento de la primera filósofa sobre la que se iba a centrar esta tesis, Luisa Muraro. Influida por la obra de Jakobson Fundamentos del lenguaje[9], esta autora afirma que hay una “hipermetaforización” en la cultura occidental que provoca un pensamiento alejado de la realidad en la que viven y se desarrollan los seres humanos. Sin embargo, la lengua que aprendemos de la madre sí mantiene contacto con la realidad concreta. La pregunta que se abre aquí es obvia, si esto es así ¿por qué se produce ese cambio de lenguaje?

Para apuntar una respuesta a esta cuestión abierta consideré muy valioso incorporar algunas obras de autoras como Luce Irigaray (por ejemplo en Ética de la diferencia sexual[10]) o Julia Kristeva (en La revolución del lenguaje poético[11]) que, entre otras, daban una idea más completa de las posibles respuestas a dicha pregunta y de cómo había ido surgiendo el pensamiento de Diótima, ya que ambas influyeron bastante, sobre todo Luce Irigaray, en los inicios de esta comunidad. Y, aunque sus planteamientos tomaron caminos distintos, en cualquier caso, lo relevante es que se produjo un intercambio muy fructífero.

Por otro lado, y dado el peso del psicoanálisis en el desarrollo del concepto de orden simbólico, había que aclarar la noción lacaniana de orden simbólico del padre, explicar a qué se refería Lacan cuando hablaba de ello. Antes, no obstante, me pareció interesante subrayar que la idea de definir al ser humano como animal simbólico[12] fue anterior Lacan y que surgió ante el fracaso de la razón para dar cuenta de la realidad humana.

De otro fracaso, esta vez del poder, nació la idea de escribir la obra en la que tanto me he detenido, El orden simbólico de la madre. Escrita, como he indicado antes, por Luisa Muraro, se trata de un trabajo imprescindible que he analizado de manera pormenorizada para poder exponer adecuadamente a qué se refieren cuando hablan de este orden.

En esa línea, y respetando el procedimiento de las filósofas de la comunidad Diótima de proponer casos prácticos con los que entender mejor sus propuestas, en el trabajo que aquí expongo la mística beguina tiene un lugar destacado, pues sus prácticas y pensamiento muestran muy bien qué es el orden simbólico de la madre. Quizá por ello, en El Dios de las mujeres[13], Luisa Muraro desvela detalladamente el universo de sentido que ellas establecen, así como la capacidad de lo divino para llevarnos más allá de los límites establecidos.

Los límites y el infinito también es algo que interesa a la otra autora que analizo en este trabajo, Chiara Zamboni. En su caso, ambos aspectos son ofrecidos por el lenguaje simbólico fundado en la confianza, porque el lenguaje es el que permite ir más allá —no quiero decir en contra— del orden social y de sus normas.

Muy interesada por la Filosofía del lenguaje, asignatura de la que es profesora en la Universidad de Verona, considera que la expresión de Wittgenstein “juegos del lenguaje” acoge la riqueza de la lengua, que se encuentra en su ambigüedad, en su imperfección lógica. Aunque ella añade algo más. A diferencia de Wittgenstein, sostiene que para que pueda hablarse de juego del lenguaje tiene que haber una relación entre el pensamiento y el mundo pues, afirma, ese es el decir con sentido.

El motivo no es otro que su idea de que la materia y lo simbólico tienen un vínculo doble, por un lado que el cuerpo sea portador de significado puesto que no hay un conocimiento neutro y, por otro, que para hablar con sentido ha de hablarse de algo que esté en contacto con la vida, con lo que nos rodea, incluso cuando se habla de lo trascendente, porque hay un “materialismo del alma”[14]. Así, bajo su criterio, si un pensamiento no interviene en la vida material simplemente no es[15].

Ambas autoras, Luisa Muraro y Chiara Zamboni, creo yo, junto con las demás integrantes de la comunidad Diótima, cultivan este lenguaje en contacto con lo real que caracteriza su filosofía, en mi opinión, insisto, en lengua materna.

Asimismo, el trabajo incluye un anexo con la bibliografía de Luisa Muraro (desde 1964 hasta julio de 2003), compilada por Clara Jourdan, para intentar facilitar la investigación a quienes quieran estudiar o profundizar más sobre la práctica y el pensamiento de la diferencia sexual.

Soy consciente, por otra parte, de que un pensamiento tan abierto y que aún continúa rescribiéndose es difícil de plasmar en un trabajo. Sin embargo, ha sido precisamente eso, el hecho de que esté vivo en su desarrollo, así como el interés cada vez mayor que despierta, lo que más me ha animado a la hora de hacer esta investigación que, por lo demás, y debido muchas veces al tratamiento de los temas desde diversos ámbitos de conocimiento como la literatura, la lingüística, el psicoanálisis, la religión y la filosofía del lenguaje, entre otros, tiene las carencias que conlleva la dificultad de satisfacer todos esos campos, algo que asumo plenamente.

 

[1]              Marta Beltrán i Tarrés y María-Milagros Rivera Garretas, Introducción, en Marta Beltrán i Tarrés, Carmen Caballero Navas, Montserrat Cabré i Pairet, et al., De dos en dos, 7-13; pág. 12.

[2]              Ver Roman Jakobson y Morris Halle, Fundamentos del lenguaje, trad. Carlos Piera, Madrid, Ayuso, 1973, págs. 142.

[3]              Jacques Lacan, Las formaciones del inconsciente, seguido de “El deseo y su interpretación”, selec. Oscar Masotta, Buenos Aires, Nueva visión, 1977, pág. 112.

[4]              Íd., Escritos, vol. I, trad. Tomás Segovia, Madrid, Siglo XXI, 1980 (1966), pág. 97-98.

[5]              Marta Beltrán i Tarrés y María-Milagros Rivera Garretas, Introducción, De dos en dos, pág. 12.

[6]              Luisa Muraro, Il Dio delle donne, Milán, Mondadori, 2003.

[7]              Ead., El orden simbólico de la madre, trad. Beatriz Albertini, Mireia Bofill y María-Milagros Rivera, Madrid, horas y HORAS, 1994 (1991).

[8]              Ead., Diótima comunidad, en Diótima, Traer al mundo el mundo. Objeto y objetividad a la luz de la diferencia sexual, trad. María-Milagros Rivera Garretas, Barcelona, Icaria, 1996, 225-233; pág. 230.

[9]              Roman Jakobson y Morris Halle, Fundamentos del lenguaje, trad. Carlos Piera, Madrid, Ayuso, 1973 (1956).

[10]            Luce Irigaray, Éthique de la différence sexuelle, París, Minuit, 1984.

[11]            Julia Kristeva, La révolution du langage poétique. L’avant-garde a la fin du XIX siègle: Lautréamont et Mallarmé, París, Seuil, 1974.

[12]            Ernst Cassirer, Antropología filosófica, Introducción a una filosofía de la cultura, trad. Eugenio Ímaz, México, Fondo de Cultura Económica, 1977, pág. 49.

[13]            Luisa Muraro, Il Dio delle donne, 2003.

[14]            Chiara Zamboni, Il materialismo dell’anima, en Diotima, La sapienza di partire da sé, Nápoles, Liguori, 1996, 155-170.

[15]            Ead., Simone Weil, en Marie Luise Wandruszka (ed.), Scrivere il mondo. Blixen, Campo, Cvetaeva, Dickinson, Porete, Weil, Turín, Rosenberg & Séller, 1996, 135-164; pág. 143.