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per amore del mondo Numero 8 - 2009

Fare Mondo

Como el camino más largo. Studio Guglielma: una vocación por la creación social.*

                                                                       ¿Me quieres?

                                                                        Sí, mucho.

                                                                     Pero ¿cuánto?

                                                 Como el camino más largo. 

                                                 (Maria Grazia Chinese, 1976)

La matriz afectiva de las empresas femeninas

Me encontraba hace unos años en el Centro de Documentación de Mujeres de Mestre-Venecia haciendo un trabajo de asesoría para los servicios de la biblioteca. Le habían hecho una consulta a mi asociación de servicios y formación, y solicitado una breve formación para las trabajadoras de la biblioteca. Durante las pausas, curioseaba entre los numerosos estantes que, ordenados casi con devoción, recogían y disponían para su lectura muchísimos textos de mujeres, pensadoras, escritoras, historiadoras… Me cayó en las manos un librito minúsculo de la editorial Scritti di Rivolta Femminile, con un título sugestivo: el camino más largo. Era uno de los muchos libritos verdes de Rivolta, uno de los grupos más significativos del feminismo italiano de los años setenta. Los conocía bien por ser, desde muy joven, lectora de Carla Lonzi, fundadora y figura con autoridad del grupo y de la editorial.

 

* Traducción del italiano de María-Milagros Rivera Garretas.

Empecé a hojearlo y encontré, de pronto, un a modo de conclusión que me impresionó como una pequeña llamarada: “¿Me quieres?/ Sí, mucho./ Pero ¿cuánto? /  Como el camino más largo” (Chinese, 1976: 5).

El librito se presentaba como una colección de imágenes de las mujeres de Rivolta, fotografías tomadas durante las discusiones en los encuentros del grupo. Las fotos eran en blanco y negro, nítidas y sobrias. Las mujeres, guapas y jóvenes, habían sido retratadas en momentos de cavilación, de palabra, de discusión intensa, de charla quizá despreocupada. Los versos me volvieron muchas veces a la cabeza durante los días sucesivos. Me preguntaba qué querría decir la autora repondiendo a la petición de otra de cuantificar el querer, no con la desmesura infinita del amor: tanto como un mundo, tanto como la inmensidad del mar… sino calificándolo con un cómo, con la medida de un camino a recorrer, un camino que hay que recorrer y que no es presentado como un atajo sino como largura-lentitud que hay que atravesar, pisar ‘como un largo camino’. Se prefiere caminar paso a paso a dar un salto en la inmensidad, siendo prueba del querer el no saltarse un trayecto necesario.

 

La metáfora de un largo camino que recorrer se refiere, en mi opinión, a una medida rigurosa que las mujeres de ciertos contextos de práctica y de reflexión se pusieron a buscar cuando intentaron encontrar las mediaciones capaces de ordenar las relaciones femeninas de modos distintos de los que había en el orden patriarcal. Este camino, que para las mujeres de los años setenta, iniciadoras de una ruptura grandísima, estaba sin explorar y sin inventar, para las mujeres que hemos venido después, las de mi generación por ejemplo, estaba ya abierto y, en parte, disponible. Apertura que no exime en absoluto a las mujeres llegadas después de buscar una medida propia, que sea capaz, además de poner orden en las relaciones, de explorar sus posibilidades creativas y políticas a partir de la propia experiencia y de las condiciones ya modificadas que ofrece el propio tiempo histórico.

 

Según se iban clarificando en mi mente las reflexiones hasta ahora presentadas, surgían también muchas asociaciones con mi experiencia de práctica de relaciones, en la que estaba muy comprometida desde hacía años. Reconocía una misma matriz afectiva no solo en nuestras relaciones políticas sino también en las iniciativas que tomábamos y que eran su fruto más inmediato. Al hojear aquel librito verde en la sala de lectura del Centro de mujeres, percibí un hilo muy fuerte de continuidad: gestos muy fuertes de escritura habían dado vida a un patrimonio de cultura femenina importante, aparte de a espacios públicos, lugares y situaciones que le daban a todo ello visibilidad social y cualidad política. Pasando luego del hilo de la continuidad con las mujeres que habían llegado antes, a la inevitable discontinuidad con mi generación, me quedó claro que los instrumentos, las prácticas y el terreno de lucha se habían modificado mucho con el tiempo. Rodeada de libros que hablaban de autoconciencia, de sexualidad, de aborto, de salud de las mujeres, del cuerpo y de su reapropiación libre, de sustraerse a las relaciones de dominio con el otro sexo, de servicios para la infancia capaces de sostener la maternidad, pensé en la gran diferencia temática con el debate que hay en mi presente.

Los temas emergentes, que también yo, con otras, habíamos contribuido a poner en circulación, eran muy distintos. Ya no se hablaba intensamente de sexualidad sino de trabajo y de dinero, ya no de escribir diarios personales que hacer públicos para contribuir a hacer ese desplazamiento de ‘lo personal es político’ tan querido e importante para las mujeres en los años setenta, sino más bien de cómo marcar con la propia subjetividad, con la cercanía a la experiencia y con un sentido libre de la diferencia femenina las variadas empresas y aventuras femeninas, el estar las mujeres en todos los lugares y profesiones.

A través de la autoconciencia, la práctica de la relación y la publicación de diarios, sostenidas por las múltiples iniciativas del amplio y diversificado movimiento de crítica social y de libertad y liberación de las mujeres conocido como feminismo, las mujeres han desplazado el umbral de la dimensión pública introduciendo en ella subjetividad.

La ruptura de aquellos recintos milenarios que confinaban las vivencias personales en una dimensión apolítica y privada, y las relaciones femeninas en el caos o en la lucha por el reconocimiento masculino, liberó la posibilidad de pensar, practicar y nombrar un estar en el mundo de las mujeres. Después de años dedicados a grupos exclusivamente de palabra (Librería de mujeres de Milán, 1991; Schiavo 2002), surgió la necesidad de incorporar una práctica del hacer que, valiéndose de la necesidad de lugares comunes y de espacios femeninos, diera un valor público a las relaciones y a las obras femeninas. A mediados de los años setenta se crearon grupos que se dedicaron a la realización de algo: librerías, editoriales, revistas, lugares de encuentro y de socialización. Rivolta Femminile no fue en absoluto una experiencia aislada: en 1975 nació, siempre en Milán, la editorial La Tartaruga, dedicada a la literatura femenina, y, siguiendo el ejemplo de la Librería de mujeres de Milán, se fundaron librerías también en Turín, Bolonia, Roma, Florencia y Cagliari. Siguieron en los años ochenta las bibliotecas de las mujeres, como las de Mestre-Venecia en la que yo estaba y la de Parma, aparte de los innumerables Centros de documentación de mujeres esparcidos por toda Italia.

Ahora entendía mejor el sentido de todos aquellos estantes llenos de libros escritos por mujeres y que de mujeres hablaban, entendía el sentido de la biblioteca y del centro donde me encontraba, y me pareció que caminaba y sentía bajo los pies la tierra de un largo camino ya recorrido. Mucho camino estaba hecho de empresas de pasión y de deseo, de hacer y de crear, de invenciones prácticas y simbólicas que se habían convertido en espacio y en dimensión pública en la ciudad de mujeres y hombres, para las generaciones presentes y futuras, como legados reinvertibles y reutilizables según la necesidad.

En todos esos gestos de escritura que se habían convertido en libros en las estanterías, en esos espacios cuidados, atendidos y abiertos al público, leí un rasgo propio de las empresas femeninas: una inconfundible matriz afectiva conjugada como empresas de escritura y no solo de escritura. Empresas que desvelaban ante mis ojos sus múltiples sentidos, ya que la escritura estaba inserta en una dimensión más amplia de iniciativas, de movimiento de ideas y de personas, de invención de prácticas, de estilos relacionales que hacen que el libro-objeto sea parte de algo más amplio, parte de un tejido, un textus, un texto social (De Vita, 2004).

 

Vocaciones de creación social

Persiguiendo para agotarla esa metáfora del camino más largo, ha llegado el momento de mostrar que, al recorrer un camino ya abierto, es, sin embargo, necesario, para iniciar algo propio, actuar en dos sentidos: hacer fructificar la continuidad con las mujeres llegadas antes, y acoger y elaborar los elementos de discontinuidad (Corsi, De Vita, Giardini, 2001).

Leer e interpretar de manera original (a partir de sí) la propia experiencia y las circunstancias y condiciones del propio tiempo histórico, arriesgando una misma y aventurándose por itinerarios todavía no abiertos ni señalizados, es la condición necesaria para convertirse en autoras de un inicio propio que, sin olvidar el origen, no se quede, sin embargo, subyugado por él. Buscar el inicio propio coincide, en mi experiencia y en la de mis socias, con la búsqueda de una forma propiamente nuestra de la vocación de nuestro ser empresarias. Uso una palabra tan comprometida y desusada como ‘vocación’ teniendo en la cabeza los caminos religiosos pero también las vocaciones laicas como la que estoy tocando aquí, también ellas una combinación extraordinaria de buscar y de encontrar. Escribe Cristina Campo: “Para cada viandante hay un tema, una melodía que es suya y de nadie más, que le busca desde el nacimiento y desde antes de los tiempos, pars, hereditas mea. ¿Cómo, dónde distinguirla?” (Campo, 1987: 137). Es la pregunta de quien recorre un camino con la actitud de buscar un tema o vocación, y es solo encontrando su tema como es posible que tome forma un destino, que las vidas se hagan experiencia, capaces de crear ese movimiento de correspondencia entre deseos y necesidades, y que los elementos de necesidad se abran a la dimensión que hace de su existir un límite, un límite-móvil, movible en tanto que deseante.

Con la lente de la discontinuidad, las mujeres de Rivolta retratadas en las fotos, que se encontraban porque tenían en común el compromiso político –que voluntaria y gratuitamente cultivaban- me parecían muy distintas de mí. Para mí, desde hace unos años el compromiso político ha llegado casi a coincidir con un trabajo, con la creación de una actividad autónoma desarrollada con otras, una experiencia de autoemprendeduría capaz de responder a la pasión política y a la necesidad de vivir del propio trabajo. La primera consecuencia de esta colocación distinta es que las relaciones políticas con algunas amigas se han convertido también en relaciones de trabajo, convirtiéndose la otra en ‘colega’ o, más exactamente, en ‘socia de empresa’, además de amiga significativa. Así, nuestro común ser empresarias, además de significar una aventura vivida juntas, pasión y relación, se convertía en algo menos metafórico y, al modo de la alegoría, en empresa en sentido literal pero no solo, logrando la literalidad del ser empresarias despertar sentidos y significados espirituales (De Vita, 2004).

Cuando fundé, con otras tres socias, nuestra Cooperativa Studio Guglielma, no dudamos que nos llamaríamos “Guillerma”, porque desde hace muchos años es nuestra santa protectora, una mujer venerada como santa en Milán a finales de la Edad Media cuyos seguidores dicen de ella en el proceso inquisitorial que era la encarnación en femenino del Espíritu Santo, y que había venido a cumplir lo que Jesucristo había empezado por el lado masculino (Muraro, 1997). Ya la Associazione Mimesis –nuestra experiencia previa a la constitución de la Cooperativa Guglielma- le había llamado a su trayectoria operativa Progetto Guglielma cuando de asociación de estudiantes apasionados por el teatro y la política se convirtió, en 1994, en una empresa social con el reto de poner en juego el deseo de hacer cultura y política, la exigencia de ganarse la vida y la pretensión de trabajar juntas. Una santa que responde bien a mujeres que se sienten parte de una genealogía femenina y que toman de ahí el impulso para iniciar algo suyo, para seguir una intuición y un deseo, para ser fieles a una necesidad.

Desde su nacimiento, el Studio Guglielma se ocupa de investigación y proyección social, de acompañar a las entidades públicas y a las instituciones en la realización de acciones complejas, de acompañamiento social y de promoción de la ciudadanía activa y de los procesos participativos en contextos urbanos (barrios), de mediación social en el territorio. Es un modo muy resumido y parcial de explicar lo que hacemos. Corriendo el riesgo de objetivar la competencia que nos es propia, la podría definir como ‘una inteligencia para componer’ dimensiones que las más de las veces tienden a estar separadas. Componiendo y combinando se ha ido formando también nuestra profesionalidad más madura en un proceso que ya no yuxtaponía distintas competencias separadas sino que las combinaba y, así, las multiplicaba. Nos acercamos al descubrimiento de lo que nos es propio -nuestra vocación- cuando la lista de cosas que habíamos aprendido a hacer a lo largo de los años, muchas y variadas, empezaron a reordenarse partiendo de un solo núcleo. La lista de cosas que sabíamos hacer tenía, sintetizando, este aspecto: proyectar y gestionar servicios para la universidad y para las entidades públicas; idear, proyectar, gestionar y valorar cursos de formación con adultos y adultas orientados a la creación de empresas y a la gestión creativa de los conflictos, acompañar a las entidades públicas y a las empresas sociales en la configuración de servicios, hacer investigaciones e investigaciones-intervenciones en el territorio. Cuando la cooperativa nació, tuvimos que hacer un gran esfuerzo, significativo y fructífero, para concretar en qué podíamos hacer palanca para hacer que una pequeña estructura pudiera, además de estar en el mercado, no perder su rasgo de diferencia desde el punto de vista de la forma de organización y del valor y del sentido político de nuestras relaciones, y encontrar el impulso para significar positivamente esta diferencia. Lucia Bertell, la presidenta de la cooperativa, lo dice así en un escrito:

“Son las relaciones que existen entre nosotras, con sus pérdidas y su calidad, las que con los años han tomado cada vez más consistencia gracias al modo, el tiempo y el espacio que nos hemos dado para cultivarlas y atravesarlas en una dimensión tan compleja, difícil y conflictiva como  es la laboral. Son las pruebas que estas relaciones han superado a lo largo de tantos años de vida asociada y de empresa social, consiguiendo salvaguardar el placer de la relación y de un más que es el seguir queriéndonos, lo que ha hecho su calidad. Han sido estas pruebas lo que ha contribuido a dar forma concreta, tangible y perceptible, aunque siempre misteriosa, al reclamo que nos había llevado a conocernos y que nos había juntado, que nos había llevado a inventarnos un trabajo y a hacer nacer una empresa: nuestra vocación. Un reclamo para ponernos a investigar y a buscar la política, para encontrar y reencontrar gestos y acciones significativas y copiosas, lenguajes y movimientos que se inspiran y se orientan en el partir de sí y en la práctica de la relación para estar y transformar algo de lo que existe pasando por nuestra relación con ello. Elaborar y concebir la propia relación con lo que hay, el presente y la realidad conocida es, en la estrechez de una dificultad, el auténtico gancho del hacer político, del encontrar lo político, de hacer político lo que político no parece, y de dislocar y marginar las formas desgastadas de este actuar, las que en las últimas décadas ya no tienen crédito ni capacidad de atracción a ojos de mujereres y hombres. (Bertell, 2006: 72).

La aspiración a hacerse investigadoras y buscadoras de una política elemental es el núcleo común y compartido que marca la diferencia de nuestra empresa y que, en concreto, ha significado que podamos buscar y encontrar una originalidad y una vocación en nuestro hacer-existir y estar juntas. La creación social expresa el deseo y la necesidad de que las relaciones intercepten fuertemente pero con libertad las condiciones que pone la realidad. En este sentido, de los contextos que habitamos o elegimos frecuentar deriva una medida concreta. Los contextos muestran y precisan cuáles son las condiciones con las que tiene que medirse nuestro deseo de creación y de no adaptación integradora. Deshecho desde hace unas décadas lo que en otro tiempo podíamos genéricamente llamar el contexto social, los contextos son especialmente importantes para quien quiera no solo ser actor o actriz en la escena pública recitando su parte, sino autor o autora de contextos, estar en la posición de crearlos con potenciales creativos y políticos, es decir, con-textos.

La práctica del contexto ha sido nuestra escuela y lo que teníamos que pensar, nuestra tarea. En la medida en la que lo que hacía de nosotras una empresa era querer trabajar juntas para ganarnos la vida y seguir buscando juntas la política que parece perdida, este cruce de necesidad y carencia ha encontrado en la práctica del contexto su enraizamiento y su tertium, su médium. Límite e impulso para que las relaciones femeninas sean empresa, para hacer que vayan a todas partes, y para aprender a reconocer autoridad femenina dondequiera que encontremos mujeres que la hagan existir y la sepan poner en circulación, en un itinerario que dé cuerpo, mente y palabras con inventiva a nuestros vínculos en su complejidad, haciendo de ello una historia o, mejor, una Vocación. La práctica del contexto ha sido, pues, para nosotras, la condición que ha hecho que la historia evolucione hacia la empresa y su autoridad, sacando a la superficie la originalidad de nuestra trayectoria. Hemos entendido que nos apasionaba un movimiento doble: cuidar las condiciones, bordarlas, combinarlas y recomponerlas, poniendo a trabajar la alegoría de empresa que permitiera a la luz de las condiciones desencadenar lo posible persiguiendo lo imposible, aferrar mejor la realidad inventándola, fantaseando con ella, creándola, haciéndola existir con la medida del propio deseo (Bertell, 2006: 73).

 

Crear con-textos, hacer creación social, significa, entre otras cosas, proponer ese movimiento de continuidad y discontinuidad, de nuevo inicio de esos gestos fundadores de las mujeres que en los años setenta desplazaron el umbral de la dimensión pública poniendo en circulación subjetividad a través de la masiva producción de escrituras, iniciativas y prácticas: o sea, textos sociales. Lo hicieron introduciendo impensados en las formas tradicionales de la política: impensados como la práctica de la relación, la publicación de sus diarios y todo aquel amplio movimiento de crítica y de lectura del mundo. Después de varias décadas de un inicio tan rompedor, otras generaciones de mujeres, en condiciones completamente distintas, se hacen autoras de escrituras colectivas, diarios y textos sociales que en torno a los nudos de su tiempo –el trabajo, la economía, la organización, las nuevas formas de la política y de la democracia- se hacen autoras de textos y contextos en una práctica de la relación consolidada que permite empezar a escribir y a describir también el lado oscuro de las creaciones.

 

El lado oscuro de las creaciones: un infierno muy femenino

Después de muchos años de práctica de la relación y de la empresa, estoy cada vez más convencida de la enorme necesidad de empezar a relatar el lado oscuro de las creaciones femeninas. No se trata solo de colmar un vacío de simbolización y de nominación que podría orientar mucho en la gestión de los muchos conflictos que vivimos, sino también de hacer de ello ocasión de un extraordinario aprendizaje. Pues es propio de los fracasos y de las catástrofes relacionales el sacar a la luz, en ese movimiento igual y contrario al entendimiento y a la comunicación y construcción felices, algo que es feo pero esencial. Los conflictos nos dan la oportunidad de despellejar y diseccionar lo que en otras condiciones está cubierto y revestido de carne. Uso este lenguaje por asociación con lo que dice Gregory Bateson a propósito de la verdad: es como un esqueleto, indudablemente feo pero ‘esencial’. En los conlictos se tocan los núcleos profundos, donde lo que nos resulta esencial es visible y, sin embargo, intangible e innegociable: nuestro núcleo duro.

En la biblioteca de Mestre-Venecia en la que encontré el librito verde, había mucha bibliografía que mostraba y resaltaba lo positivo de las acciones y palabras de mujeres para mujeres, pero no había una balda dedicada a los fracasos, a las catástrofes de tantas empresas femeninas, ni a esa experiencia violenta y casi salvaje que son a veces los conflictos en las relaciones entre mujeres. Lo que encuentro muy interesante, después de haber atravesado pocos pero significativos conflictos con otras mujeres, es el bucle destructivo y totalizador que toman; y que, a diferencia de los conflictos entre hombres, están tan cargados de densidad afectiva que tienden a des-hacerlo todo, a hacer como la creación pero al revés: una destrucción o una des-creación.

Una clave de lectura que me ha permitido aprender algo de mí y de la relación en su dimensión conflictiva se refiere precisamente a la anulación de la capacidad de hacer mediación, de parcializar, de circunscribir y de circunstanciar. También, a la endeble capacidad de ironía y de juego ante las situaciones críticas y ante la competencia para tratarlas, para jugarlas, para manejarlas. Hay un rasgo ‘dramático’ en la conflictividad femenina que tiende a no suspender el trabajo de mediación donde anida lo negativo, a no conocer el Purgatorio, lugar de tránsito entre los extremos de lo positivo y de lo negativo. En la Edad Media, cuando se inventó el Purgatorio, quizá la parte masculina sintió la necesidad de simbolizar un espacio en el que terciar, un espacio de mediación en el que desactivar, al menos parcialmente, la dimensión más destructiva de lo negativo. Veo en este sentido a los hombres y a la cutura patriarcal mejor equipada para resguardar obras y relaciones, para no revestir las situaciones conflictivas con el mismo pathos dramático, con resultados ciertamente más instrumentales pero, aun así, más funcionales. No es por lo demás tan rara esa dimensión lúdica para poner en juego y desmenuzar el conflicto, para subdividirlo en ámbitos mediante el uso de roles y del reconocimiento del poder/de los poderes.

En el conflicto, la diferencia femenina habla con una intensidad afectiva extraordinaria y lleva a sus peores manifestaciones el motor mismo de la más lograda y productiva creatividad. En mi experiencia directa y observando situaciones conflictivas y muchos grupos de mujeres en formación, he comprobado que hay mucho despilfarro de energías femeninas en torno a los conflictos, hasta el punto de sentir que la escasa capacidad de atenerse y de de-tenerse en los conflictos secuestra las más de las veces las energías y la inteligencia, dejándolas inservibles y casi inutilizándolas. Es ese rasgo que tiende a lo absoluto lo que vuelve –creo- incurables  muchos conflictos entre mujeres. Pero, a la vez, es precisamente esa misma dimensión absoluta lo que permite, cuando el conflicto es bien tratado, ‘salvaguardar lo esencial’, practicar las mediaciones necesarias inventando algunas mediaciones originales que respeten el núcleo de cada una, mediaciones distintas del compromiso y del reajuste instrumental y, por tanto, no a la baja. Porque la dimensión absoluta no renuncia nunca a la pretensión y a la expectativa más altas y, por eso, cuando se consigue dramatizar y desdramatizar los conflictos, jugar un poco con ellos volviéndolos tratables sin empequeñecerlos, simples sin simplificarlos, realmente tangibles a partir de situaciones concretas y puntuales más que fantasmagóricos y diluidos en un tiempo irreal, son una extraordinaria fuente de fina inteligencia de las relaciones y del hacerse de obras comunes.

En la cotidianeidad de la práctica de la empresa con otras mujeres, ha habido muchas ocasiones de experimentar estas posibilidades creativas del conflicto, la posibilidad de reutilizar al máximo el lado oscuro de las relaciones y de las creaciones. Renunciando a querer sacarlo todo a la luz sin, no obstante, retirar la confianza que la otra pueda comprender, nacen de los conflictos y de los fracasos orientaciones de gran importancia para potenciar la expresión libre de la diferencia femenina que, en su irreducible tensión hacia lo absoluto, prefiere tal vez prescindir del Purgatorio.

 

“Yo quiero esencializar la creación” (Gualteri, 1995: 51).

 

 

notas bibliográficas:

 

  1. Chinese, Maria Grazia (1976), La strada più lunga. Milán: Scritti di Rivolta Femminile.
  2. Librería de mujeres de Milán (1991), No creas tener derechos. La generación de la libertad femenina en las ideas y vivencias de un grupo de mujeres, de Mª Cinta Montagut Sancho con Anna Bofill. Madrid: horas y HORAS.
  3. Schiavo, Maria (2002), Movimento a più voci. Milán: Franco Angeli.
  4. De Vita, Antonia (2004), Imprese d’amore e di denaro. Creazione sociale e filosofia della formazione. Milán: Guerini.
  5. Corsi, Vita, De Vita, Antonia y Giardini, Federica (2001), Genealogie del presente, “DWF” 49, enero-marzo.
  6. Campo, Cristina (1987), Gli imperdonabili. Milán: Adelphi.
  7. Muraro, Luisa (1997), Guillerma y Maifreda. Historia de una herejía feminista, de Blanca Garí. Barcelona: Omega.
  8. Bertell, Lucia (2006), La creazione sociale, en Anna Maria Piussi, ed., Paesaggi e figure della formazione nella creazione sociale, Roma: Carocci; (trad. Valencia, Edicions del Crec y Denes Editorial, 2005).
  9. Gualteri, Mariangela (1995) Fuoco centrale. Bolonia, I Quaderni del Battello Ebbro.

 

 

Fecha de recepción del artículo: 14 enero 2007.

Fecha de aceptación: 22 enero 2007.