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per amore del mondo Numero 5 - 2006

Il Taglio del Conflitto

Los conflictos feministas o el feminismo en sus conflictos

Con el título de mi breve texto no pretendo hacer juegos retóricos. Más bien se me ocurre que la palabra ‘conflicto’ forma parte del Feminismo. El diccionario nos enseña que la palabra ‘conflicto’ pertenece al campo semántico de palabras tales como ‘oposición’, ‘contraposición’, ‘disconformidad’ y ‘disidencia’ por lo que hablar de conflicto parece ser obligatorio si nos ponemos a hablar de Feminismo. Y eso incluso antes de definir qué es lo que entendemos por dicho Feminismo y qué es lo que esperamos de sus diferentes manifestaciones y ‘olas’.

Ya hace tiempo que la filósofa alemana Brigitte Weisshaupt predecía a las feministas el papel de disidentes.[1] Pues ¿de qué otro modo iba a ser posible seguir manteniendo una relación con la teoría sino era disidiendo y desviándose del camino marcado durante milenios por una teoría construida en torno a la experiencia y a los deseos masculinos? Y hoy, veinte años mas tarde, sigue siendo recomendable la actitud de la disidente cuando se trata de ser mujer intelectual y feminista.

Es desde esta perspectiva, la de mujer intelectual y feminista, desde la que hoy quiero asomarme a la cuestión planteada por las editoras de la revista Diotima respecto a los conflictos en el Feminismo actual. Elijo esta perspectiva conscientemente pues si me remito a mi propia experiencia, a mi propio despertar a la conciencia feminista,[2] lo primero que recuerdo es un conflicto, latente al principio, y tal vez debido a esa latencia inicial, vivísimo y doloroso después. Particularmente doloroso en el caso de las mujeres intelectuales que con gran ingenuidad al principio creemos en la neutralidad del pensar y lo intelectual, ámbitos en el que buscamos un lugar – que incluso llegamos a considerar seguro – en el que poder refugiarnos de una manera determinista de entender lo que es una mujer. Tanto más duro resulta constatar que la combinación de la aparente asexualidad del intelecto y del pensar no son más que una ilusión. Difícil el tener que asumir que sumergirse en esa experiencia del pensar significa perder y renunciar a una parte sustancial de la propia identidad. El tener que reconocer que en los ‘edificios’ del saber y del pensar las mujeres no tenemos ni siquiera un rincón, por no hablar ya de ‘una habitación propia’. Convertirse al feminismo resultó casi una tarea obligatoria de supervivencia, sobre todo en la Academia. En otro lugar he resumido esa experiencia parafraseando a Simone de Beauvoir, ya que se podría asegurar que no se llega a la universidad como mujer  … a una la hacen, mejor dicho la obligan a serlo[3]. Y hablo de obligación porque no se trata de una experiencia personal que parte de una misma, ni de la experiencia personal de ser mujer, sino que una se ve devuelta y remitida una y otra vez a un modo de ser femenino que ni siquiera es el que viven las mujeres, y que corresponde más bien a aquél que la imaginación masculina ha estado construyendo y reconstruyendo durante siglos y siglos. El sueño de la igualdad y de la neutralidad resultó ser un espejismo.

La consciencia feminista surgida de una primera experiencia dolorosa al enfrentarse a su condición femenina parece ser, insisto, habitual en las mujeres intelectuales. Muchas de ellas han pasado por un ‘conflicto’ parecido, como si de un ritual de iniciación se tratara: Christine de Pizán y las amargas lágrimas derramadas en su estudio; Virginia Woolf matando al ángel de casa, son ejemplos siempre repetidos. Pero incluso aquellas que no narran su experiencia directamente, nos permiten rastrear sus particulares formas de disidencia en algunas de sus figuras. Así la joven Hannah Arendt se refugia, buscándose a la vez, en Rahel Levi Varnhagen y aprende la importancia de mantener una existencia de paria. La tumba que acoge a la Antígona de María Zambrano es un espacio de exilio, inseparable de su existencia femenina. Vivido así, el Feminismo está unido, casi por definición, al conflicto y a la ambivalencia dolorosa que surge de saberse fuera de orden y disidente, a la intemperie y aguantando el chaparrón.

No muy diferente resulta la experiencia colectiva de las feministas. Hay algunas similitudes en el proceso histórico que coinciden igualmente con el individual que acabo de esbozar, aunque el camino es a la inversa. Desde la acción social y política surge la necesidad de reflexionar. De hecho la teoría feminista nace como una necesidad de reflexión sobre un movimiento político y social de las mujeres en los años setenta y desde entonces no ha dejado de pendular entre el ámbito de la acción y el ámbito de lo teórico, con las dificultades, ambivalencias y conflictos que esto conlleva; pero también con su riqueza y el impulso que eso supone. Pues si el estudio teórico abrió vías de recuperación histórica de la aportación de las mujeres tanto cultural como socialmente, y desveló un pensamiento y orden simbólico construidos y mantenidos desde la sola y exclusiva experiencia masculina, han sido la práctica y la experiencia cotidiana de las mujeres las que han servido de corrector constante de la postura feminista; contribuyendo muy particularmente a que dicha postura no tuviera porque ser sólo una. Así la práctica feminista ha puesto de manifiesto la necesidad de atender a las diferentes maneras no sólo de vivir la experiencia de ser mujer sino también los diferentes proyectos en los que puede enmarcarse el vivir en femenino. Todo esto sin olvidar que sin reflexión, sin un pensamiento que “ve”, como diría Arendt, la práctica ciega pierde el camino y finalmente el sentido de la orientación.

En mi opinión, esa continua transición de un ámbito a otro es lo que provoca y contribuye a mantener los conflictos. La fatiga, que tal y como apunta Luisa Muraro en este número, se ha apoderado del feminismo actual, se hace notar tanto a nivel individual como a nivel colectivo. Fatiga, unida a la desilusión y a veces a la desesperación, pues se trata de un cansancio provocado no ya tanto por la actitud feminista en sí, sino por las contradicciones todavía tan presentes entre los avances a los que ha llegado el feminismo teórico y el estancamiento en el que seguimos en la práctica cotidiana. Cuando las mujeres siguen siendo discriminadas profesional y laboralmente, cuando continúan siendo las víctimas número uno de la violencia, y a pesar de las nuevas leyes – el caso de España es estremecedor – siguen muriendo en manos de sus compañeros, es difícil ver a dónde nos lleva tanta teoría por mucho entusiasmo que pongamos en ella. Insisto de nuevo en que no hay Feminismo sin conflicto, al menos de momento y me temo que también en un futuro próximo. Y si subrayo tanto el hecho del conflicto es porque me parece importante que desde el Feminismo mismo se plantee el significado de tal conflicto así como las ventajas y desventajas que puede plantearnos. Pues es precisamente ese conflicto que surge entre el ámbito de la teoría y el de la práctica, el que ha contribuido a que haya cada vez menos Feminismo y más ‘feminismos’, extendiendo así la sensación de conflicto a las distintas ‘visiones’ y ‘proyectos’ feministas, como si no hubiera modo de encontrar un denominador común entre estas diferentes visiones.

Soy consciente de que el remarcar la diferencia entre el ámbito de la teoría y el de la práctica resulta algo trivial, pues se trata de dos esferas, la del pensar y la de la acción,  cuya disparidad se acepta comúnmente. En el caso del Feminismo, sin embargo, dicha disparidad adquiere un matiz particular porque no se trata de hacer teoría para las mujeres sin las mujeres, es decir, alejada de la realidad concreta que viven las mujeres hoy, sino de que dicha teoría se convierta en soporte de mejora de la vida y experiencias concretas de las mujeres. La desilusión de las nuevas generaciones femeninas frente al Feminismo tiene mucho que ver al parecer con la contradicción entre el mensaje teórico con que se las ha educado y la realidad social en la que luego se ven inmersas. Leyendo algunos artículos del ya mítico número de la revista Hypatia sobre el feminismo de la tercera ola,[4] una de las ideas que se repite una y otra vez es que la rebelión de las jóvenes feministas tiene mucho que ver con el enfrentarse al hecho de que a pesar de los varios caminos abiertos desde las distintas teorías feministas la realidad social que viven las mujeres, si bien ha cambiado algo en las formas externas, no lo ha hecho sustancialmente. Visto así, la desilusión y la fatiga están perfectamente justificadas, y no sólo en el caso de las feministas jóvenes sino también en aquellas mujeres que en los años 70 del siglo pasado dedicaron buena parte de su tiempo y energías a la causa feminista. La diferencia radica tal vez en que mientras el feminismo político de los 70 sintió la necesidad de marcos teóricos de modo que el paso de un ámbito a otro se hizo de un modo fluido y casi lógico; las nuevas generaciones, que han convivido más con un feminismo teórico que con el de lucha política, se ven obligadas a enfrentar una realidad social que parece negar – tal vez habría que decir ignorar –  lo que parecían haber sido conquistas seguras. A esto hay que añadir que dicha realidad social ha cambiado vertiginosamente en las últimas dos décadas, debido entre otras cosas a la revolución informática que ha abierto vías de comunicación y de información insospechadas, por lo que no es de extrañar que algunas de las premisas de la teoría feminista resulten hoy por hoy obsoletas. Lo que sí resulta notable es que esta situación haya provocado por parte de muchas de las llamadas feministas de la tercera ola un gran rechazo a la teoría en sí y a quienes la representan en la Academia. En realidad, más que de un rechazo a la teoría parece tratarse de un rechazo al modo en el que se produce esa o esas teorías. Es el hecho mismo del teorizar lo que está en juego; un teorizar como gesto académico que no atiende a formas narrativas más inmediatas y personales, y a la distancia de la experiencia real que eso provoca en muchos casos.

Habría que analizar más detenidamente el interés que puede tener el definir la teoría como algo alejado de la narración o de la experiencia personal, pero ese es otro tema. Central para lo que estamos tratando es que la continuidad del Feminismo vive precisamente de sus conflictos, siempre, eso sí, que queden abiertas vías de comunicación y de relación entre las diferentes posturas. Parafraseando a Antja Schrupp podríamos decir que gracias a los conflictos el feminismo mantiene sus relaciones.[5] La experiencia de ‘la tercera ola’ – muy sujeta a las particularidades y diversidades de la sociedad americana por otra parte – tematizó el malestar en la cultura, por decirlo con Freud, pero no estoy segura de si ese conflicto se ha visto siempre como una oportunidad más que como un lastre. En Europa ha sido probablemente el pensamiento de la diferencia desarrollado por las feministas italianas el feminismo que más se ha atrevido a tematizar y vivir las relaciones entre mujeres y sus conflictos. Partiendo precisamente de la experiencia individual de las mujeres y poniendo en práctica una política de relaciones y apoyo entre mujeres. Practicando además un tipo de discurso de carácter narrativo más que teórico que recoge la expresión directa de las mujeres que participan en las reuniones. Dichas experiencias, narradas en el ya clásico texto No creas tener derechos,[6] ponen de manifiesto como el paso hacia la libertad femenina pasa por el desenmascaramiento de una serie de conflictos importantes que se dan entre las mismas mujeres, entre ellos el de aceptar la diferencia entre mujeres:

“Nombrar el hecho de la disparidad entre mujeres fue ciertamente el paso decisivo.

Significaba romper con la equiparación de todas las mujeres  […] Significaba que entre mujeres puede y debe establecerse un régimen de intercambios para hacer circular aquel algo más de origen femenino que la disparidad reconocida introduce entre ellos.” (143)

Desconozco cual ha sido la repercusión del feminismo italiano de la diferencia en la tercera ola del feminismo americano. Me parece interesante observar que en textos, ya también clásicos cuando se habla de la tercera ola, tales como Listen up: Voices From de Next Feminist Generation editado en 1995 por Barbara Findlen o To Be Real: Telling the Truth and Changing the Face of Feminism, editado también en 1995 por Rebecca Walker, quede  claro en los mismos títulos la necesidad de que se oigan las ‘voces’ y se ‘cuenten’ las verdades. Curiosamente y a pesar de las diferencias culturales y en el tiempo – la experiencia italiana es muy anterior a las reivindicaciones y protestas de las feministas americanas de la tercera ola – la cercanía que se refleja en las diferentes corrientes feministas a la hora de plantear los conflictos es notable. Lo que además llama la atención inmediatamente son dos cosas: a.- La productividad que se puede sacar del conflicto mismo y b.- la necesidad todavía muy presente de narrar la experiencia desde un ‘yo’ que está, eso sí, abierto a la pluralidad de un ‘nosotras’. Esa narración adquiere pues en la colectividad un carácter de testimonio (tal vez esta sea una de las diferencias importantes con el discurso teórico-académico) pudiendo servir de orientación a otras mujeres.

El conflicto, los conflictos parecen seguir siendo el horizonte del feminismo. Siempre que no sedimenten para llegar a crear barreras, sino que sigamos dando testimonio de ellos. Testimoniar, dar testimonio, implica casi por definición un acto de fe y reconocimiento,  pues hago creíble aquello de lo que estoy dando testimonio y al concederle esa credibilidad no estoy sino valorando esa experiencia y reconociendo a quién me la trasmite. Es así como se crean los espacios simbólicos y culturales, como surgen la tradición y las redes de legitimidad del conocimiento que tanto se nos ha negado a las mujeres. Tal vez esa sea una buena lección aprendida desde una existencia disidente: la importancia de dar testimonio de la  disidencia misma.

 

[1]              „Meine These ist, […] dass die Frau selber Theorien die menschliches Selbstsein und Identität darstellen, entwickeln muss, und dass sie dabei eine Dissidentin ist im Verhältnis zu bestehenden Theorien. Die Frau ‚weicht ab‘; aber gerade als Abweichlerin wird sie dazu gelangen sich selbst zu verstehen und zu bestimmen. Dissidenz meint ‚aktives Abweichen‘.“ Brigitte Weisshaupt: Spuren jenseits des Selben, in: Psychoanalytische Seminar Zürich (Hrsg.): Bei lichte besehen wird es finster, Frauensichten, 1. Auflage, Frankfurt a. M. 1987, S. 105-119; S. 106f.

 

[2]              Al hablar de ‘conciencia feminista’ me refiero al hecho de empezar a  ser consciente del vacío alrededor, de la falta de modelos femeninos, de la sutileza con que continuamente se reducían nuestras capacidades, méritos, y probabilidades, de la destreza con la que se tejían discursos paralizantes para reducirnos y envolvernos en un solo papel.

[3]          María Isabel Peña Aguado, “Zur Frau geworden…, als Feministin geboren? Kurze Reflexionen einer gelernten Philosophin”. In: humanismus-aktuell. Zeitschrift für Kultur und Weltanschauung 5 (1999) 18-23.

 

 

 

[4]              Hypatia, Summer 1997, Vol. 12, Iss.3.

[5]              Schrupp apunta en  su artículo que el feminismo de las relaciones tiene que ser necesariamente un feminismo del conflicto. El texto en alemán dice:  “«Feminismus der Beziehungen», der eben notwendigerweise ein Feminismus des Konflikts ist”

 

[6]              No creas tener derechos. La generación de la libertad femenina en las ideas y vivencias de un grupo de mujeres. Librería de Mujeres de Milán, Madrid: horas y HORAS, 1991.