diotimacomunità filosofica femminile

per amore del mondo Numero 5 - 2006

Il Taglio del Conflitto

El conflicto entre feministas en la universidad

A principios de la década de los ochenta del siglo XX, se empezaron a fundar en España seminarios, grupos y centros universitarios de Estudios de las Mujeres. Veinticinco años después, hay al menos 63 en las 50 universidades públicas del conjunto del país. Unos nacieron del anhelo feminista de transformar el conocimiento y el mundo; otros, de la sensación de ajenidad y no pertenencia vividas en la universidad por estudiantes y profesoras entonces jóvenes; otros, del cálculo de estrategias para hacer carrera académica.

Estas fundaciones han estado acompañadas por un proceso, inesperado, de feminización de la universidad. Desde hace aproximadamente diez años, el 63% del alumnado de las universidades públicas españolas más frecuentadas es alumna. La feminización de la universidad ha sido un proceso silencioso, no atribuible a ideología alguna sino al deseo de las propias interesadas y al estímulo y apoyo que ellas han ido encontrando en sus madres y en sus padres. Este proceso, cumplido ya, pues el porcentaje se ha estabilizado, ha modificado cualitativamente la materia o sustancia humana primera de la universidad, transformando su apariencia, su color, su lenguaje, su cuerpo.

Esta transformación no ha sido apenas, sin embargo, aprovechada por los seminarios, grupos y centros universitarios de Estudios de las Mujeres. La gran mayoría de ellos, con el paso de los años, se han institucionalizado, derivando en los Estudios de Género. Este proceso les ha llevado a ponerse al servicio del poder y, en la última década, a dedicar una dosis no banal de su energía a asfixiar el pensamiento de la diferencia sexual.

De esta manera, se ha abierto un conflicto no explícito pero denso y tangible entre feministas universitarias. En este conflicto están en juego el reparto de los recursos para la investigación, la aprobación de los programas docentes y, ahora, la presencia del pensamiento de las mujeres no cautivo del patriarcado ni cautivado por él, en el Espacio europeo de educación superior. Ya que son ahora numerosas las feministas que ocupan instancias de poder y de decisión en esos ámbitos, también como evaluadoras de proyectos.

¿Cuáles son los contenidos del conflicto?

El principal es la cuestión de la economía de la miseria femenina, miseria que las instituciones para la igualdad administran, recibiendo de ella motivo y justificación para seguir existiendo, sin cambiar con la realidad que cambia. Se sigue, por ejemplo, hablando, como hace veinte años, de la necesidad de coeducar, ignorando o despreciando el dato de que son ahora los chicos los ausentes de las aulas, sea porque fracasan en ellas o porque no desean sostener un conocimiento que les resulta aburrido o extraño. La figura de la libertad femenina, descubierta y descrita hace unos veinte años por la Librería de mujeres de Milán en el Sottosopra oro, titulado Un hilo de felicidad, es vista y vivida por el feminismo institucionalizado como una amenaza, ya que se refiere al presente de las mujeres y no a un futuro lejano o lejanísimo (entre doscientos y quinientos años calculan la duración del largo camino hacia la igualdad).

¿Qué conflictos de nuestro tiempo refleja el conflicto entre feministas en las universidades españolas?

En mi opinión, hay hoy en España entre las feministas universitarias un conflicto grave de horizonte simbólico, que es, al mismo tiempo, un conflicto de alcance mundial que cruza barreras de sexo, de civilización y de clase social. Hay un horizonte simbólico (insensato) –el más visible en los medios de comunicación de masas- que es la guerra o la amenaza de guerra. Hay otro horizonte de sentido –fecundo en la vida corriente- que es el orden simbólico de la madre, un orden conflictivo y difícil para muchas universitarias, sí, pero un orden no encaminado a la destrucción de lo otro.

Desde la guerra de Afganistán y el plan “Una flor para las mujeres de Kabul”, una parte del feminismo español, el institucional o de la igualdad, se ha ido dejando llevar a creer que hay guerras que pueden salvar a las mujeres. Recuerdo discusiones fatídicas y sorprendentes en torno a la película Kandahar (2001), de Sadou Teymouri, una película que fue considerada buena por feministas que conozco que habían sido siempre pacifistas. Como si la libertad de las mujeres pasara por la emancipación femenina y por la cultura occidental de los derechos. Cuatro años después, otra película, La vida secreta de las palabras (2005), de Isabel Coixet, aunque aparentemente sea una diatriba contra la guerra en la ex Yugoslavia, ocurre significativamente que carece de madre, de relaciones políticas entre mujeres y de indicios de libertad femenina: la protagonista resulta, una vez más, salvada por un hombre, un hombre que ella misma asocia con los que la desgarraron en los campos de violación. Tal vez porque la vida de las palabras, si es secreta, si no se hace voz, y voz con origen, con madre, no salva, no hace mundo sino submundo.

En este enorme conflicto, el feminismo de la diferencia ofrece un inicio nuevo, no basado en la supuesta inevitabilidad de la guerra sino fundado en la toma de conciencia y en la relación, manteniendo viva la confianza en que es pensable un mundo sin guerras, un mundo cuyo horizonte de sentido es el orden simbólico de la madre. Hasta hace poco, parecía un inicio pequeño, lento e incapaz de medirse con la enormidad de la guerra. Hoy, sin embargo, los propios esfuerzos que se notan en el feminismo institucional o de la igualdad para asfixiarlo, indican que es verdaderamente el origen de algo nuevo, de una política no determinada por la lógica bélica que ha dominado la convivencia en el siglo XX, llenándola de sufrimiento.